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ISSN 1989-4163

NUMERO 27 - NOVIEMBRE 2011

Varios

Pepe Pereza

LA BÚSQUEDA

  • …¿Es ahí?
  • No.
  • ¿Y ahí?
  • Tampoco.
  • ¿Por aquí?
  • No, no.
  • ¿Y aquí?
  • Prueba un poco más arriba.
  • ¿Aquí?
  • Un poquitín más arriba.
  • ¿Dices ahí?
  • No, baja un poco.
  • ¿Aquí?
  • Más a la izquierda.
  • ¿Ahí?
  • No, hacia el otro lado.
  • Joder tía, me estoy hartando.
  • Sigue, que ya casi lo tienes.
  • ¿Estás segura?
  • Sí, sí, estás muy cerquita.
  • ¿Qué tal ahí?
  • Sube un poquito.
  • ¿Aquí?
  • Un poquito más.
  • Joder.
  • Por favor, sigue.
  • ¿Y ahí?
  • Creo que es más abajo.
  • Para mí que no existe.
  • No digas tonterías. Está probado científicamente.
  • Seguro que es un mito, una puta leyenda urbana.
  • Yo sé de amigas que lo tienen, así que sigue buscando.
  • Misión imposible.
  • Si le pusieras un poco de ganas.
  • Ya se las pongo, pero no hay manera... ¿Qué tal ahí?
  • Desvíate un poco a la izquierda y sube un pelín.
  • Me desvío a la izquierda y subo un pelín… ¿Qué tal?
  • No, baja más.
  • ¿Tal vez aquí?
  • No.
  • Joder. Me rindo.

Me aparté de tu lado y me encendí un cigarro.

  • Ya te lo dije, esto del punto G es un engañabobos.
  • Tú, que eres un inútil.

 

 

LLAMADA MORTAL

  • …¿Aquí?
  • No, más abajo.
  • Más abajo aun.
  • Más al centro… un pelín más abajo… Ahí, justo ahí.
  • ¿Aquí?
  • Síííí.
  • Dios, que gusto.
  • Más fuerte, por favor… más fuerte.
  • ...
  • Más fuerte.
  • Si te rasco más fuerte te voy a dejar la piel marcada.
  • Me da igual, tú rasca más fuerte.
  • Como quieras, pero ya tienes la espalda roja.
  • Sigue, por favor… Así, que gustazo… Llevaba todo el camino de vuelta a casa con el picor, y la putada es que no llegaba a rascarme yo sola… Ah, que placer, sigue un poco más.
  • ¿Sabes?... Hoy he estado a punto de matarme.
  • ¿Qué dices?
  • De no ser por Ángel, ahora él y yo estaríamos muertos.

Ángel y yo volvíamos de un pueblo que está a unos cincuenta kilómetros de aquí. Conducía yo. Íbamos por la autovía y estábamos a punto de entrar en la circunvalación. Justo adelantábamos a un tráiler cuando sonó mi móvil, desvié la mirada hacia el bolsillo de la camisa, que es donde guardaba el aparato, y no me fijé que el coche se desviaba hacia el camión. Menos mal que Ángel tuvo los reflejos necesarios para coger el volante a tiempo y devolvernos a nuestro carril. Nos quedamos a escasos centímetros de colisionar. Joder, verle de cerca la cara a la muerte es una experiencia terrible.

  • Pero cariño, eso que me cuentas es terrible.

 

Fuera de peligro, Ángel me recriminó el despiste con una mirada asesina, no obstante pasados unos minutos parecía que se hubiera olvidado del incidente. Yo, por mi parte, seguía estremecido y acongojado, no conseguía quitarme el susto del cuerpo, aunque habían transcurrido varias horas ya del suceso.

  • Estás pálido ¿te encuentras bien?
  • Sí, después de todo, tengo que dar gracias por estar aquí.

 

Es curioso cómo sucede todo. Quiero decir, que los mecanismos del destino son complicados y para que algo como lo ocurrido pueda suceder se tienen que dar toda una serie de circunstancias. De primeras hay un núcleo donde convergen todos los factores del conflicto, en este caso fue cuando coche y camión coinciden en un mismo punto de la carretera. Tanto el conductor del camión como yo tuvimos que sincronizar toda una serie de horarios y acontecimientos para coincidir en ese punto preciso del trayecto, a eso hay que sumarle que justo en el momento que estaba adelantando al camión a alguien se le ocurriera llamarme al móvil. Y para terminar, hay que añadir a todo el cúmulo de sucesos, que Ángel viajaba conmigo por pura casualidad, ya que su idea era quedarse en el pueblo, pero recibió una llamada de su hermana diciéndole que tenía que bajar a la ciudad. Por eso me acompañaba. De no haber venido él, yo me habría estrellado contra el camión y seguramente ahora no estaría divagando sobre el tema, ni rascándote la espalda.

  • Al llegar me he dado cuenta que te pasaba algo, pero me picaba tanto la espalda que lo único que quería era que me quitases el picor.

 

La proximidad con la muerte me había dejado una sólida y permanente sensación de pesadumbre. Solo otra vez había estado tan cerca de ella, de la muerte, pero fue distinto porque mi vida no corrió ningún riesgo. Ocurrió en la habitación de un hospital, durante la convalecencia de mi padre después de su operación de próstata.  Recuerdo que compartíamos estancia con una anciana. La pobre señora estaba en las últimas y respiraba de forma, digamos llamativa, mezcla entre estertor y ronquido flemático. Algo bastante desagradable de oír, claro que con el tiempo llegué a acostumbrarme.  Resulta que yo llevaba varias noches quedándome en el hospital acompañando a mi padre. Una noche que intentaba inútilmente acomodarme sobre un duro sillón, noté algo raro. Al principio no supe qué era, echaba en falta algo pero no daba con el qué. Más tarde caí en la cuenta: la respiración de la anciana. La pobre había muerto. Después que un médico certificase la defunción y que las enfermeras sacasen el cadáver, pasé el resto de las horas en vela, pensando que la muerte había estado en la misma habitación que yo.
La diferencia entre ambos sucesos radicaba en que esta vez la muerte había venido directamente a por mí. Motivo de sobra para echarse a temblar.

  • Cariño, estás temblando.
  • Tranquila, no es nada. Es que aun estoy un poco asustado.
  • Pobrecito mío.

 

Me abrazaste, pero ni siquiera el consuelo de tu cariño sirvió para sacudirme el miedo.
 

  • ¿Te importaría seguir rascándome la espalda? Aun me pica.
  • Claro.

Rascarte la espalda era mejor que yacer sobre la mesa de autopsias, mucho mejor que estar dentro de un ataúd en un tanatorio cualquiera. Ese pensamiento me hizo sentir mejor.

  • Un poco más abajo.
  • ¿Por aquí?
  • Más abajo.
  • Rasca ahí… ¿Y quién te llamaba?
  • Pues no lo sé. No me dio tiempo a contestar. Con el susto y demás, me olvidé de mirar quién era.

 

Dejé un momento tu espalda, cogí el móvil y busqué en las llamadas perdidas.

  • Adivina de quién es la llamada.

 

Tuya.

 

PARKING
Cuando salimos de casa hacía un día precioso, el sol se explayaba en medio de un cielo sosegado y limpio, pero cuando llegamos a las proximidades del centro comercial, observé que unos nubarrones habían ido conquistando las alturas. Era muy posible que pronto empezase a llover. Entramos con el coche en el parking subterráneo y antes de apearnos, apuramos el porro que estábamos fumando.
Abnegados del influjo narcótico del t.h.c. transitamos por los pasillos del supermercado llenando el carrito de la compra. Después de pasar por caja, sentiste el impulso incontrolable de comprarte unos vaqueros. Así que nos acercamos a las tiendas de moda y las recorrimos todas. Te probaste multitud de pantalones, pese a ello ninguno era de tu gusto. Con unos te veías el culo gordo, con otros la cintura era demasiado alta, a estos le sobraban pernera, a aquellos les faltaba dobladillo, los bolsillos eran muy grandes, el color no era el adecuado, el corte estaba pasado de moda, el tejido era excesivamente basto o le faltaba consistencia…
No aguantaba más. Te dije que siguieses tú sola, mientras tanto yo iría a dejar la compra y te esperaría con el coche a la salida de centro, así ganaríamos tiempo a la hora de salir de allí. La verdad era que mi cuerpo necesitaba nicotina, ése era el motivo real de mi escaqueo. Empujé el carrito metálico hasta el parking con el ansía de fumarme un cigarro en cuanto estuviese dentro del coche. Pero una vez en el recinto no supe dónde dirigirme. No recordaba la plaza, ni el nivel en el que aparqué. Busqué por los alrededores con la esperanza de encontrar mi coche, pero enseguida comprendí que no iba a ser fácil dar con él. El parking contaba con tres niveles y cada nivel era inmenso. Cogí el móvil y marqué tu número.

  • Cariño ¿recuerdas en qué plaza aparcamos?
  • Casi no te oigo, habla más alto.
  • Digo que si recuerdas la plaza donde hemos dejado el coche.
  • Se te oye muy bajito.
  • Es que estoy en el parking y casi no hay cobertura… Escucha ¿En qué plaza hemos aparcado?
  • No lo sé.
  • Y el nivel ¿te acuerdas del nivel?
  • No te oigo… cuelgo.

 

Y colgaste.

  • ¡Mierda!

 

Si no tenía un golpe de suerte iba a pasar horas buscando el coche. Me encendí el cigarro allí mismo, no podía esperar más. Dos mujeres de mediana edad se acercaron con sus respectivos carritos, al pasar a mi lado una de ellas se encaró conmigo.

  • Está prohibido fumar aquí.
  • Lo sé.
  • Entonces ¿por qué lo hace?
  • El vicio.
  • No se da usted cuenta que está jugando con la salud de los demás.
  • Señora, estamos en un aparcamiento.
  • Da igual, el humo me perjudica de igual manera.
  • ¿Qué pasa, que el humo de mi cigarro es nocivo pero el que echan los tubos de escape no? Déjeme en paz.

 

Las dos mujeres siguieron su camino recriminándome la falta de civismo. Me dio igual, yo lo que quería era encontrar mi coche y salir de allí. Intenté visualizar el lugar donde había aparcado. Nada, no recordaba una mierda. Al aparcar estábamos tan colocados que no me preocupé de memorizar el dato. Ese fallo me iba a costar caro, lo sabía. Debía elaborar un plan. Podía buscar a diestro y siniestro sin ningún fundamento o recorrer concienzudamente cada nivel hasta dar con el coche. Decidí informarte de la situación. Busqué un lugar donde la cobertura fuera decente, y te llamé.

  • ¿Cariño? Escucha…
  • Mi amor, me he comprado unos vaqueros que vas a flipar de lo bien que me quedan.
  • Me alegro. Escucha…
  • Te oigo fatal ¿Dónde estás?
  • En el parking. Aun o he encontrado el coche.
  • Todavía no lo has encontrado ¿y a qué esperas?
  • No es tan fácil. Esto es inmenso y no sé dónde buscar. He pensado que lo mejor es empezar por el primer nivel… ¿me escuchas?
  • Te escucho entrecortado.
  • Digo que me va a llevar tiempo encontrar el coche. Por qué no vas a la cafetería y te tomas algo mientras yo… ¿estás ahí?...

 

La línea se había cortado.

  • ¡Mierda puta!

 

Empujé el carrito hasta el primer nivel. Una vez allí, me hice un esquema global del perímetro y mentalmente lo dividí en cinco parcelas, de esta forma facilitaría la búsqueda. Empecé a escudriñar la primera parcela.
Cuando estaba en la tercera, vi que un grupo de seis enanos se bajaba de un coche. Me pareció bastante curioso, pero no le dí mayor importancia y seguí buscando. Minutos después, otro grupo de enanos se apearon de un cuatro por cuatro. Tanto enano me resultó sospechoso, y más cuando delante de mis narices aparcó una furgoneta y salieron una docena más. Me fije que todos ellos llevaban una camiseta roja con letras blancas que decían: LOS PRECIOS MÁS BAJOS. Comprendí que debía tratarse de algún tipo de promoción organizada por los grandes almacenes. Seguí con la búsqueda. Me encendí otro cigarro y sonó el móvil. Eras tú.

  • ¿Se puede saber qué coño estás haciendo?
  • Cariño, esto es como una película de David Lynch.
  • Déjate de chorradas y pasa a recogerme de una vez.
  • ¿Dónde estás?
  • Esperándote en la puerta principal.
  • Te dije que me esperases en la cafetería, que iba a tardar.
  • Pues date prisa porque está empezando a llover y no quiero que se me mojen los vaqueros nuevos.
  • Es mejor que me esperes en la cafetería… ¿me oyes?

 

La comunicación se cortó. Estuve tentado de llamarte y acabar la conversación pero pensé que era prioritario dar con el coche cuanto antes. En la cuarta y quinta parcela no estaba, eso quería decir que se encontraba en el segundo o tercer nivel. Subí en el ascensor hasta el segundo nivel. Hice lo mismo que en el primero, dividí el espacio en cinco parcelas imaginarias y me dispuse a recorrerlas una a una. Cuando estaba pasando al lado de una columna escuché un ruido extraño por encima de mi cabeza. Era un murciélago enredado en una inmensa telaraña, el ruido lo producían las alas al golpear contra la columna en su intento desesperado por liberarse de la trampa de seda. La araña causante de tanta hebra debía de ser enorme. Me quedé vigilando por ver si salía de su escondrijo. El murciélago cada vez estaba más enredado y apenas podía mover sus alas. Al cabo de un minuto el quiróptero comprendió que estaba derrotado y resignado se rindió a su destino. La araña no dio señales de vida... ♫♫♫, ♫♫♫, ♫♫♫. El móvil. De nuevo eras tú quien llamaba.

  • ¿Qué haces?
  • ¿Qué crees que hago?
  • Joder ¿aún no lo has encontrado?
  • Voy por el segundo nivel, espero encontrarlo pronto.
  • Más te vale porque ya me he tomado dos cafés y en la calle está diluviando.
  • ¿Y qué quieres que haga?
  • Darte prisa, eso el lo que quiero que hagas.

 

Y colgaste. Me encendí un cigarro, mejor eso que mosquearse. Me sentí como el murciélago, atado de pies y manos, rendido a la evidencia por mi mala cabeza. De los errores se aprende. Seguro que otra vez me acordaré de fijarme donde aparco. El carro de la compra me precedía por los largos pasillos flanqueados de hileras de coches. Yo levantaba la cabeza y miraba por encima intentando atinar sobre un Opel Corsa de color oro azteca. Una tonalidad bastante peculiar y poco frecuente, al menos contaba con esa ventaja para localizarlo. Arrojé el cigarro al suelo, lo que realmente necesitaba era un porro que me calmase los nervios. No lo dudé, me situé entre dos coche y me puse a liarlo. Me sudaba el capullo que alguien me viera, me iba a fumar un porro sí o sí. Mientras quemaba la piedra me llamó la atención un Audi que estaba aparcado enfrente. El vehículo tenía encima una capa de polvo de varios milímetros de espesor. Evidentemente estaba abandonado. Eso me hizo pensar. ¿Por qué alguien abandona su coche en el aparcamiento de un centro comercial? No era normal. Me encendí el porro y seguí cuestionando el motivo de tal decisión. Quitando la capa de mugre, al coche se le veía en bastante buen estado. ¿Acaso el dueño sufrió un ataque al corazón y tuvo que ser trasladado a un hospital donde falleció sin dejar constancia de donde había dejado el coche? Se me ocurrieron varias hipótesis, todas ellas descabelladas… ♫♫♫, ♫♫♫, ♫♫♫.

  • Dime.
  • ¿Lo has encontrado ya?
  • Sigo buscando.
  • Lo tuyo es increíble. Llevas casi una hora y no has encontrado el puto coche.

 

Me tocaba los cojones cuando te ponías así. Antes de cabrearme en serio, aproveché la excusa de la mala cobertura para concluir la conversación.

  • No se te escucha, así que cuelgo.

 

Colgué y aspiré del porro con rabia.

  • A ver si te crees que estoy de paseo. No, estoy aquí, jodido y deseando salir de este agujero. Si tanta prisa tienes por qué no vienes y buscas tú misma el puto coche.

 

Estaba hablando solo, al darme cuenta me sentí avergonzado. Miré una última vez al Audi abandonado y seguí con la búsqueda del mío.
En el segundo nivel no estaba, sin duda debía encontrarse en el tercero. Maldita ley de Murphy. Subí en ascensor al tercer nivel, delimité las cinco parcelas imaginarias y continué buscando.
♫♫♫, ♫♫♫, ♫♫♫.

  • Todavía no lo he encontrado, si es por lo que llamas.
  • Me lo imaginaba. Mira, estoy harta de esperar. Voy a llamar un taxi y ya nos veremos en casa.

Y colgaste. Noté la adrenalina y el cabreo. La situación empezaba a desbordarme. Cogí una lata de cerveza del carrito, estaba caliente pero la abrí, me bebí media de un trago y apuré el resto con un trago más.
Tres cuartos de hora después terminé con el tercer nivel, no obstante el coche seguía sin aparecer. Me hubiera gustado quemar el mundo. ¿Cómo era posible? Una de dos, o no había buscado tan bien como yo pensaba, o me lo habían robado. No sabía qué coño hacer, si empezar a buscar de nuevo, llamar a la policía o tirarme a las vías del tren.

Under

 

 

 

 

 

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